Sófocles

Conozco el despertar de la espina
en el rosal, el renacer de la tierra
húmeda, el mercadeo de la luz
en la calle desdibujada de nubes.

Sé de la redondez de la noche
y la farola, del pálpito de la flor
y la desnudez del árbol.

Aprendí a amar la tiranía
de la habitación vacía,
el escapulario del pájaro libre,
al búho que reverbera ojos
de satén y terciopelo.

Descifré, trémulo, el antiguo oráculo de Delfos
y creí, con Heráclito,
que el tiempo es uno e irrepetible,
que no habría de leer dos veces el mismo poema
ni tan siquiera escribir dos veces la misma palabra.

¡Infame! ¡Pretender el súmmum de los dioses!
¡Sucumbir ante la manzana que te envenenaría de luz!
Implora el perdón del día que hace a tu retina,
del hombre que se envanece en ser hombre,
y llora. Llora por haber desvelado
la tragedia de sentirse dios.

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